sábado, 2 de octubre de 2010

Aspectos a considerar en la exploración y evaluación psicológica en niños y adolescentes

Tras la última Asamblea General de la Asociación, en la que se hizo patente la preocupación que existe por el bajísimo grado de minusvalía obtenido por los niños y niñas con cardiopatías congénitas severas por los Centros de Valoración, una de nuestras socias, María del Carmen Pulgarin Medina, del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Huelva, propone algunos aspectos a tener en cuenta en la exploración y evaluación psicológica en niños y adolescentes.


Ya sea porque los médicos de los Centros de Valoración carecen de conocimientos sobre este tipo de patologías (uno de los socios comentó un caso concreto en el que a una niña con ventrículo único le señalaron un 0% de minusvalía), o bien por desconocimiento o desinterés, el trabajo de esto profesionales deja mucho que desear.


Según nos comenta nuestra compañera, María del Carmen Pulgarin Medina, que ejerce como psicóloga en la Universidad de Huelva, toda valoración psicológica debe ser realizada por un profesional de la Psicología, debidamente acreditado y con la titulación necesaria para ejercer la profesión de psicólogo.

Dentro de la Psicología, la Psicología Evolutiva, y más concretamente la Psicología infanto-juvenil, es la disciplina que más ha contribuido a delimitar qué contenido deben tener los informes de valoración psicológica en niños y adolescentes.

Las principales cuestiones para los psicólogos infantiles son: determinar cómo las variables ambientales (por ejemplo el comportamiento de los padres y las características biológicas, como predisposiciones genéticas, enfermedades físicas, síndromes, etc.) interactúan e influyen en el comportamiento y, en segundo lugar, entender cómo se interrelacionan los distintos cambios en el comportamiento.

María del Carmen señala en su investigación que los diversos aspectos del desarrollo del niño abarcan el crecimiento físico, los cambios psicológicos y emocionales, y la adaptación social, y que son variados los determinantes que condicionan las pautas de desarrollo y sus diferentes ritmos de implantación.

Por tanto, los principales elementos de la evaluación psicológica son:

La actividad motora


Las investigaciones muestran que la velocidad de adquisición de las capacidades motoras es determinada de forma congénita y que en su aprendizaje no influye la práctica. No obstante, si el sujeto es sometido a restricciones motoras severas, se alterarán tanto la secuencia como la velocidad de este proceso.

Es interesante valorar la lateralidad, el conocimiento del esquema corporal y las adquisiciones motoras básicas tanto gruesas: saltar, correr, desplazamientos solos o con objetos, etc. como la motricidad fina: movimientos precisos de las manos, prensión, escritura, manejo preciso de objetos, etc.

En todos los casos antes expuestos existen tests y escalas de observación ampliamente manejadas por los psicólogos que determinan con exactitud el desarrollo psicomotor del niño y del adolescente evaluado.

El lenguaje

Evaluar el nivel de competencia lingüística: cantidad de vocabulario del niño, uso adecuado de las expresiones, lenguaje escrito y lenguaje hablado, complejidad sintáctica y semántica de las expresiones utilizadas por el niño, etc. son algunos de los indicadores más significativos que se utilizan en la evaluación de ésta área. Dentro de las técnicas utilizadas habitualmente tenemos por una parte baterías y pruebas para determinar el grado adquisición del lenguaje: ITPA, PLON, TALE, etc. En segundo lugar tenemos la observación sistemática del sujeto, con protocolos y hojas de evaluación. A partir de la adquisición de la lectoescritura, el análisis de las producciones escritas y relatos orales será una fuente de información primordial.

La formación de la personalidad


Las teorías que demuestran la existencia de "rasgos de personalidad" son la base de la mayoría de tests y pruebas que se aplican para determinar el perfil de personalidad de los individuos y la presencia o ausencia de uno o varios rasgos, como los mecanismos de defensa, en una medida que pueda afectar la vida de la persona.

Una respuesta normal para las situaciones conflictivas es recurrir a los mecanismos de defensa, como la racionalización o la negación, por ejemplo, rechazando haber tenido alguna vez una meta u objetivo específico, aunque sea obvio que se tuvo. Aunque todos hemos empleado mecanismos de defensa, debemos evitar convertirlos en el único medio de enfrentarnos a los conflictos. Un niño con una personalidad equilibrada, integrada, se siente aceptado y querido, lo que le permite aprender una serie de mecanismos apropiados para manejarse en situaciones conflictivas.

Inteligencia y aprendizaje

La inteligencia podría definirse como la capacidad para operar eficazmente con conceptos, tanto verbales como abstractos. Esta definición se refleja en las preguntas de los tests de inteligencia infantiles. Dos de los más conocidos, el Stanford-Binet y el Weschler Intelligence Scale for Children, se usan tanto para medir el desarrollo intelectual del niño como para predecir sus resultados académicos. Debido a que el aprendizaje escolar depende, al parecer, de la capacidad de razonamiento verbal, el contenido de estos tests es muy apropiado, como demuestra la relación que hay entre los resultados de los tests de inteligencia y el éxito escolar.

Sin embargo, las predicciones basadas exclusivamente en los tests de este tipo resultan imperfectas, porque no miden la motivación y el conocimiento sobre las capacidades necesarias para el éxito escolar es incompleto, por lo que es necesario algún tipo de estudio complementario. Por ello, los tests de inteligencia deben interpretarse con sumo cuidado, dentro de un proceso de evaluación psicológica completo y profesional, y nunca de forma aislada, con capacidad explicativa y/o predictiva absoluta.

Relaciones familiares

Las actitudes, valores y conducta de los padres influyen sin duda en el desarrollo de los hijos, al igual que las características específicas de éstos influyen en el comportamiento y actitud de los padres. Numerosas investigaciones han llegado a la conclusión de que el comportamiento y actitudes de los padres hacia los hijos es muy variada, y abarca desde la educación más estricta hasta la extrema permisividad, de la calidez a la hostilidad, o de la implicación ansiosa a la más serena despreocupación.

La presencia de acontecimientos familiares significativos: pérdida o alejamiento de uno de los progenitores, cambios en la dinámica familiar, enfermedad larga de algún miembro de la familia con repercusiones en la dinámica del seno familiar, y otras variadas situaciones a las que las familias se enfrentan, pueden generar cambio.

Relaciones sociales


Las relaciones sociales infantiles suponen interacción y coordinación de los intereses mutuos, en las que el niño adquiere pautas de comportamiento social a través de los juegos, especialmente dentro de lo que se conoce como su 'grupo de pares': niños de la misma edad y aproximadamente el mismo estatus social, con los que comparte tiempo, espacio físico y actividades comunes. De esta manera pasan, desde los años previos a su escolarización hasta su adolescencia, por sistemas sociales progresivamente más sofisticados que influirán en sus valores y en su comportamiento futuro.

Socialización

El proceso mediante el que los niños aprenden a diferenciar lo aceptable de lo inaceptable en su comportamiento se llama socialización. Se espera que los niños aprendan, por ejemplo, que las agresiones físicas, el robo y el engaño son negativos, y que la cooperación, la honestidad y el compartir son positivos. Algunas teorías sugieren que la socialización sólo se aprende a través de la imitación o a través de un proceso de premios y castigos. Sin embargo, las teorías más recientes destacan el papel de las variables cognitivas y perceptivas, del pensamiento y el conocimiento, y sostienen que la madurez social exige la comprensión explícita o implícita de las reglas del comportamiento social aplicadas en las diferentes situaciones tipo. La socialización también incluye la comprensión del concepto de moralidad.

Conclusión


Es evidente que una buena valoración, integral, que abarque el desarrollo cotidiano del niño y/o adolescente, debe contener una evaluación lo más exhaustiva posible de aquellos aspectos psicoevolutivos que creamos que pueden ser significativos para comprender mejor al niño. La evaluación es por tanto, multidisciplinar, y en ella deben tener cabida los aspectos médicos, psicológicos y sociales más relevantes. Se trata de hacer una intervención de calidad, que permita un conocimiento amplio del niño que queremos evaluar y, si fuera necesario, una realista normalización de su vida.

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