miércoles, 13 de abril de 2011

terapia conductual

El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es actualmente una de las entidades crónicas más frecuentes diagnosticadas en neurología infantil y constituye uno de los cuadros mórbidos más prevalente en el niño y el adolescente. Su frecuencia varía según la mayoría de los datos estadísticos del 3 al 10%, aunque existen descripciones que llegan hasta el 17,1% y otras con una variabilidad entre el 10-20% cuando se basaban en la observación de los síntomas en un momento determinado, pero sin una confirmación diagnóstica precisa. En nuestro medio, las descripciones oscilan alrededor de un 4-6%, lo que representa un niño afecto por cada aula escolar.

Desde hace más de 100 años se describen en la bibliografía niños con patrones de conducta similares a lo que actualmente se denomina TDAH. En la práctica clínica, los niños con TDAH se identifican por manifestar, como síntomas principales, la hiperactividad, la impulsividad y la falta de atención. La intensidad de cada síntoma puede variar en cada niño significativamente.

El TDAH se define como un trastorno del desarrollo del autocontrol conformado por dificultades en el intervalo de atenciónm y el control de impulsos, acompañado o no de exceso de actividad motora. Estos síntomas deben estar presentes antes de los 7 años de edad y causar suficiente deterioro e nterferencia en las actividades diarias del niño. Se denomina trastorno por hiperactividad cuando el exceso de actividad se mantiene a lo largo de las 24 horas del día e interfiere en la actividad cotidiana: relaciones sociales, trabajo, estudios, etc.

En su evolución natural, los síntomas pueden persistir en la edad adulta; se han descrito los problemas consecuentes especialmente en la adolescencia e incluso ser un factor de riesgo para, posteriormente, poder presentar problemas psiquiátricos y conductas antisociales, y se ha descrito la necesidad de mantener la medicación a largo plazo.

Como principales motivos de consulta, la excesiva actividad motora y las dificultades en el rendimiento escolar son los que llevan a los padres a solicitar ayuda. El mejor conocimiento de estos problemas por parte del profesorado y los equipos psicopedagógicos de los colegios permite un diagnóstico y orientación de forma más temprana, con mejor pronóstico a medio-largo plazo. Se diagnostica mejor y en mayor número a medida que padres, profesores y pediatras van teniendo mejor conocimiento de este trastorno, y cada vez es mayor el porcentaje de niños remitidos a la consulta de Neuropediatría, aunque en ocasiones consultan por otros motivos: tics, trastornos del sueño, cefalea...; se ha enfatizado este último síntoma como causa de consulta encubierta del TDAH.

El diagnóstico se basa en la historia clínica y la observación, y se apoya en datos neurofisiológicos; no existen en la actualidad marcadores biológicos o psicológicos patognomónicos.

Etiológicamente se han implicado diversos factores, entre los que destacan los factores ambientales (toxicidad producida por altos niveles de plomo, complicaciones en el embarazo, parto, alergias alimentarías…), los factores genéticos y familiares de carácter poligénico o, al menos, el producto de la interrelación de un número de genes de los cuales ninguno tendría un papel principal. Se ha descrito
una agregación familiar, incrementándose cinco o seis veces su frecuencia en personas que tienen parientes de primer grado afectos; existe una concordancia del 51% en gemelos monocigotos y del 33% en dicigotos. En este sentido, la efectividad de los estimulantes ha orientado la búsqueda de genes
en la vía dopaminérgica (el gen del receptor D2 en el cromosoma 11 podría estar implicado en el TDAH); actualmente se realizan estudios en familias que presentan más de un individuo afecto por generación.

Neuroanatómicamente, las últimas investigaciones apuntan a que la localización anatómica de las alteraciones conductuales se sitúan en la vía frontobasal (similitud con pacientes que tienen lesión en lóbulo frontal).

La valoración de un tratamiento en el TDAH es primordial. Es una alteración crónica que con un tratamiento adecuado, tanto farmacológico como psicosocial, puede mejorar mucho la sintomatología.

De hecho, aproximadamente el 60-70% de los niños que padecen este trastorno responden satisfactoriamente al tratamiento. Farmacológicamente se ha evaluado la eficacia del metilfenidato y se ha detectado una mejoría en el funcionamiento conductual y en el aprendizaje de los niños con hiperactividad. El metilfenidato disminuye la actividad motora, los niveles de impulsividad y la tasa de conducta antisocial, mejora las actividades comunicativas y, como resultado, aumenta la autoestima.
Los tratamientos psicosociales incluyen entrenamiento a los padres e intervención escolar. Se trata de ayudar a las familias a manejar el problema del niño y realizar cambios necesarios para optimizar el funcionamiento familiar.

Se han realizado estudios donde se asocia epilepsia y TDAH sobre niños tratados con psicoestimulantes y se ha concluido que el metilfenidato constituye un fármaco seguro y efectivo en niños con TDAH y alteraciones electroencefalográficas o convulsiones, como también han referido otros autores.

Clásicamente se ha aceptado que los pacientes con manifestaciones críticas electroencefalográficas sin evidencia de crisis clínicas no eran subsidiarios de tratamiento anticomicial. No obstante, si se considera que las alteraciones conductuales o cognitivas de estos niños pueden relacionarse con las anomalías encontradas en los estudios electroencefalográficos, ello llevaría a ampliar el enfoque diagnóstico de algunos pacientes con TDAH y la consiguiente estrategia terapéutica, lo cual sigue siendo motivo de discusión.

En todo caso, la presencia de alteraciones electroencefalográficas en pacientes con TDAH no contraindica el tratamiento co

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